Durante la época dorada de la industria del cine, cuando Hollywood lo petaba como fábrica de estrellas, Audrey Hepburn destacó por ser una figura cautivadora además de un icono de elegancia atemporal. Durante los años cincuenta y sesenta, fue una de las actrices más solicitadas y llegó a protagonizar algunos de los mayores clásicos del cine, lo que le valió reconocimientos como el de ser la primera actriz en ganar un Oscar, un Globo de Oro y un BAFTA por el mismo papel (Vacaciones en Roma).
De padre inglés y madre holandesa, Audrey nació en 1929 cerca de Bruselas, pero su infancia transcurrió entre Bélgica, Reino Unido y los Países Bajos. Durante la Segunda Guerra Mundial, tuvo que hacer frente a una malnutrición severa y presenció espantosos actos cometidos contra la humanidad, lo que por lo visto despertó su perfil filantrópico. De hecho, en los años posteriores a la contienda, siendo todavía adolescente, trabajó como enfermera voluntaria en un hospital holandés.
La biografía ilustrada Audrey Hepburn. Elegancia natural (Lunwerg), elaborada por la ilustradora Megan Hess, recuerda que su “primera y más duradera pasión” fue el ballet, que comenzó a practicar durante su estancia en el internado al que la enviaron a los seis años. Audrey consagró varios años de su vida a formarse para ser bailarina profesional, “lo que le inculcó una inmensa fuerza, disciplina, empatía y consideración”.
La belga empezó su carrera presentándose a castings para papeles en musicales y modestas películas. “Mientras tanto”, explica en el libro su biógrafa, “para ganarse la vida, trabajaba como modelo para fotógrafos comerciales. Fue la necesidad, más que la idea romántica de convertirse en una estrella, lo que la llevó a aceptar cualquier empleo que pudiera conseguir, por modesto que fuera”.
En 1948, debutó oficialmente en el escenario del West End como bailarina del coro en el musical High Button Shoes. A los veintidós años, mientras filmaba la película Monte Carlo Baby (1953) en un plató de la Costa Azul, fue descubierta por azar por la escritora Colette, que insistió en que Audrey protagonizara la adaptación en Broadway de su novela Gigi.
“Cuando Audrey llegó a Nueva York para trabajar en Gigi, era una completa desconocida”, señala Hess. “Los ensayos del musical resultaban agotadores y todo el mundo, incluida la propia Audrey, dudaba de que Colette hubiera acertado en la elección de la protagonista. Sin embargo, las críticas de los preestrenos fueron efusivas, y la noche del estreno oficial Audrey apenas pudo entrar en su camerino, rebosante de flores”.
Antes de que terminara la primera semana del espectáculo, el nombre de Audrey figuraba en los carteles luminosos de Nueva York. Hollywood no tardó en reclamar a la actriz, que encontró su primer papel importante en el cine en la comedia romántica Vacaciones en Roma (1953), donde encarnaba a una princesa rebelde que huye de sus obligaciones y se enamora de un periodista interpretado por Gregory Peck.
Fue durante la realización de ese filme cuando Audrey empezó a trabajar con la legendaria Edith Head, encargada de supervisar el vestuario de la película. Tras conocer a la actriz, la californiana comentó que Audrey sabía más de moda que casi cualquier otra actriz con la que hubiera trabajado.
“[Audrey] Declinó amablemente llevar cualquier prenda que no contara con su aprobación, e incorporó importantes cambios a los diseños de Edith”, cuenta Hess. “Insistía en llevar escotes más sencillos, cinturones más anchos y calzado más bajo”.
Gracias a su interpretación en Vacaciones en Roma, Audrey ganó premios, apareció en la portada de la revista Time, y pudo comprarse un abrigo de la leyenda de la alta costura Givenchy, a quien acudió para preguntarle si podría diseñarle trajes a medida para su siguiente película, Sabrina (1954). Aquel encuentro derivó en una cena que acabó con la actriz y el diseñador convertidos en buenos amigos (ella describió luego esa comida como el momento en el que la moda entró en su vida).
Un icono de elegancia
Cuando se estrenó Sabrina, cierta revista señaló que el sofisticado estilo de Audrey estaba “cambiando el gusto” de la meca del cine. “En una época en la que brillaban estrellas como Marilyn Monroe y Elizabeth Taylor”, cuenta Hess, “la pasión de Audrey por la sencillez sofisticada no pasaba desapercibida. Su firme rechazo a llevar hombreras o a aumentar su busto con relleno fue revolucionario. Asimismo, consciente de su estatura, Audrey siempre insistía en llevar calzado plano, lo que también resultaba muy innovador”.
Las formas refinadas de la actriz y su inteligencia corporal llamaron la atención de fotógrafos como Richard Avedon y Cecil Beaton, que la convirtieron en su musa. Asimismo, editores de revistas como Vogue y de Harper’s Bazaar se pelearon por llevar a sus portadas la imagen de Audrey, cuyo físico y forma de ser la convirtieron en la modelo de alta costura ideal.
Engañada
La autora de Audrey Hepburn. Elegancia natural señala igualmente que, después de convertirse en madre, la actriz tuvo que cumplir con “continuas obligaciones contractuales como parte del implacable sistema de los estudios de Hollywood, y más de una vez sucumbió al agotamiento debido a la enorme carga de trabajo que debía soportar. Durante estos periodos de tristeza halló un gran consuelo en las montañas de Europa y a menudo dejaba atrás al público estadounidense, que la adoraba, para pasar un tiempo tranquilo en Suiza”.
Por lo visto, Audrey llevaba cada vez peor lo de permanecer lejos de su hijo durante los rodajes. Después de filmar Sola en la oscuridad (1967), y de divorciarse de Ferrer en 1968, decidió retirarse (desde ese momento, solo aceptaría algún que otro papel ocasional).
Al poco de aquello, conoció en un crucero al psiquiatra italiano Andrea Dotti, con quien se casó y en 1970 tuvo a su segundo hijo, Luca. Cuando descubrió que su marido le era infiel (y hasta llevaba mujeres a casa cuando ella no estaba), la actriz optó por volver a divorciarse.
Cuando se alejó de los focos de Hollywood, Audrey se encontraba en la cima de su carrera. Sin embargo, lo único que ella deseaba era una vida normal con su familia. En cierto modo, el abandono de su profesión para dedicarse a criar a sus hijos representaba una forma de seguir con su misión de prestar ayuda a los demás. Según sus allegados, la actriz halló la vida con la que siempre había soñado en una mansión de piedra del siglo XVIII rodeada de árboles y viñedos y situada en un pequeño y tranquilo pueblo suizo.
La actriz falleció en su casa de Tolochenaz el 20 de enero de 1993, estaba muy enferma. “Vivir es como visitar un museo”, afirmó ella en una ocasión. “Solo después empiezas a asimilar de verdad todo lo que has visto, a pensar en ello, a consultarlo en algún libro y a recordarlo, porque no puedes asimilarlo todo a la vez”.